Primero fueron Sandwich, Whisky o Stop. Posteriormente llegarían muchos más como Corner, CD o Ketchup. Para acabar con otros tantos como Email, Cool o Shorts. Pero creo que pocos “anglicismos” (basándome en que ni lo es) han acabado haciendo tanto daño a una disciplina como la propia palabra en inglés… y sí, hablamos del fenómeno – Photography – como apellido.
Lo reconozco, en su momento de entrada pocos lo vimos como una amenaza. De hecho, este maravilloso anglicismo era de lo más cool, y lo dábamos por más que bueno si teníamos en cuenta que apellidos como Martinez, Díaz, Ríos, o Jimenez no daban ese enganche suficiente con el de Fotógrafo, o Photographer, como segundo (por dios que desprestigio). En definitiva, era momento de llamar la atención y el lenguaje anglosajón tenía la clave.
Y así fue como algunos de los primeros valientes comenzaron a incorporar la palabra “Photography” (que no Photographer insisto) a sus DNIs profesionales. Cuenta la leyenda que, uno de los primeros consiguió hasta que muchas marcas le respaldaran por dar un paso al frente en la renovación fotográfica. Si la tecnología ya estaba más que unida al píxel, y por tanto evolucionada hacia él, el fotógrafo acababa de evolucionar hacia una nueva especie… el que ya no iba a ser – Fotógrafo, dejando claro que la fotografía “ERA SUYA”. Habíamos pasado del Raul Millán – Fotógrafo (bodas, bautizos y comuniones) al Raul Millán – Photography.
En nuestro país, esta figura parecía hecha a medida para los artistas. Se acababa el ser fotógrafo. Para qué, si total cambiando una palabra (aunque fuera de la misma familia) ya podías dejar claro que tu no hacías fotografías, la fotografía eras TÚ. Era un acierto, convertir una profesión ninguneada en algo que sonara romántico pero elitista a la par.
Y así pasaron los años, y las redes sociales, las tarjetas de visitas, los carteles y webs mostraban a esta gente cómo estrellas del rock. Algo que nunca había ocurrido en la vida, y que sólo con una sola palabra había hecho cambiar el mundo de la disciplina. Igual que todo el mundo ansiaba ser como los Beatles, “ser dueño de la fotografía” era lo que se quería y deseaba. Era como el nuevo producto de moda… Muchos pensaron, si Cartier Bresson, Robert Capa, Korda, Richard Avedon, entre otros muchos, ya eran buenos sin llevarlo, imagínate si lo hubieran puesto…
Todo parecía ir viento en popa hasta que alguien comenzó a desprestigiarlo. Cómo suele ocurrir en este feo mundo de la fotografía. Una brillante idea siempre suele acabar siendo eclipsada o destrozada por los envidiosos… y …
y…
y bueno también existe otra teoría, menos glamourosa; y es que desde el principio fue una mierda. Tal soberana mierda, que había que taparse los ojos al abrir web y redes sociales, o poner cara de circunstancias cuando te daban una tarjeta de visita… pero eso quizá sólo sea una teoría que algunos podamos compartir… y seamos tachados como ignorantes o eruditos (vete tú a saber). La verdad es que no les culpo, creo recordar que yo también soñé un día con ser el dueño de la fotografía; de que la fotografía fuera MÍA. Eso si, fotografiando, pero nunca en mis apellidos. Aunque total, sólo fue un sueño.
Muy sinceramente vuestro
Rodrigo Rivas – Photography
PS: Todo nombre aquí aparecido salvo el mio ha sido cuestión de inventiva. Juro que cualquier parecido con la realidad no ha sido contrastado en absoluto.
PS2: Vaya por delante que cada uno puede hacer lo que considere con su nombre y sus formas de usar el marketing. El artículo sólo se basa en la proliferación de tal uso; en absoluto con ninguna manera de sentar catedra ni ridiculizar.